Post by asteroid on Feb 20, 2008 13:13:15 GMT -3
Reportaje a Julio César Strassera
“Kirchner quiso monopolizar el tema derechos humanos”
En este 2008 se cumplen 23 años del juicio a las Juntas Militares. El fiscal de ese proceso histórico analiza lo que ocurrió entonces, lo que pasó luego con las leyes del perdón y lo que sucede ahora con la política K en la materia, FARC incluidas.
Por Magdalena Ruiz Guiñazu
Este 2008 trae a la memoria de los argentinos un impresionante aniversario. Se cumplen exactamente 23 años de aquella famosa frase con la que el entonces fiscal Julio Strassera diera término a la lectura de la sentencia con que culminó el juicio a las Juntas Militares que gobernaron a nuestro país durante la dictadura.
—Señores, nunca más…
A pesar del reiterado pedido del entonces camarista Arslanian: “Silencio en la sala…”, los vetustos muros del edificio de Tribunales se estremecieron ante el clamor de un público profundamente conmovido.
Veintitrés años después, entonces, en el fragor de este verano 2008, nos sentamos frente al mar con el doctor Strassera simplemente para recordar un acontecimiento que fue particularmente significativo no sólo en la historia argentina sino también en el Derecho Internacional.
—¿Qué recuerda, doctor, del día en el que fueron a ofrecerle convertirse en el fiscal del juicio a los comandantes?
Strassera enciende uno de sus innumerables cigarrillos:
—Dudé un poco. Yo era entonces juez de Sentencia y pedí una semana para pensarlo. Me contestaron, en cambio: “Tenés 24 horas”. Entonces acepté. Hacía dos años que era juez de Sentencia y no sabía (nadie tampoco sabía) el nivel de tarea que íbamos a tener por delante.
—Pero, ¿cómo surgió la idea del juicio a los comandantes? Si mal no recuerdo fue casi simultáneo con el advenimiento de la democracia…
—En efecto. Lo que ocurrió es que ya se había reformado el Código de Justicia Militar, se había dictado el Decreto 158 que ordenaba enjuiciar ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que, bueno es recordarlo, no hizo absolutamente nada. El Consejo tenía, incluso, la opción de dictar sentencia en un plazo determinado. Al no hacerlo, la Cámara Federal podía abocarse al tema, que fue lo que finalmente hizo.
—Usted recordaba recién aquellas 24 horas que le otorgaron para decidirse. ¿Cómo formó su equipo?
—Fue algo simultáneo al momento en el que acepté enfrentar este juicio. Me hice presente en la Fiscalía de la Cámara Federal, que contaba con su personal habitual: con su secretario, nada más. Frente al hecho de que no había más remedio que ir a juicio, comencé a buscar gente. Traje a algunos de otras dependencias y el único que aceptó venir a colaborar conmigo a nivel de la Fiscalía, fue Luis Moreno Ocampo (a quien yo no conocía pero del que me habían hablado muy bien) que, como le decía, aceptó. Ocurrió algo semejante con lo que sucedió en el Equipo de Antropología Forense. El doctor Clyde Snow (un hombre de fama internacional que, incluso, había reconstruido los restos de Tutankamón) no tuvo aceptación entre los antropólogos formados y, por eso, eligió a gente entonces muy joven, algunos a punto de recibirse.
—Recuerdo, doctor Strassera, que el año pasado, en Roma, el fiscal Caporale (a cargo del juicio por los desaparecidos argentinos de origen italiano) nos comentaba que no se subraya suficientemente el hecho de que el caso argentino (creo que junto al del juicio a los coroneles griegos) es prácticamente único en el mundo. Nuremberg, por ejemplo, tuvo jueces pertenecientes a las fuerzas aliadas y sólo fiscales alemanes.
—Por supuesto. Yo lo he dicho muchas veces. Es un caso único que, inclusive, se diferencia del juicio en Grecia. ¿Por qué? Pues simplemente por el hecho de que los coroneles griegos fueron juzgados por un tribunal militar y condenados por traición a la patria y no por violaciones a los derechos humanos. El juicio a las Juntas es único en la historia por varias razones. En primer término, porque intervenía un tribunal civil que fue la Cámara Federal, que llevaba años en el país y no fue creada especialmente para este juicio, y luego porque se aplicó el Código Penal que puede serle también aplicado a cualquier ciudadano como usted o como yo.
—Llama entonces doblemente la atención (y se lo mencionamos al entonces presidente Kirchner en su momento) que un hecho jurídico tan importante a nivel internacional nunca se menciona desde el gobierno kirchnerista, tan interesado en los derechos humanos…
Strassera aspira lentamente un nuevo cigarrillo:
—Bueno, el gobierno del doctor Kirchner ha querido monopolizar el tema de los derechos humanos y yo desearía recordarle que, si fuera por el Partido Justicialista al que pertenece, no hubiera habido juicio. Italo Luder, por ejemplo, decía que la Ley de Autoaministía era válida. En fin… pretextos siempre pueden encontrarse. Era una forma de cubrirse ante ulteriores eventualidades. Tampoco ningún legislador justicialista aceptó integrar la Conadep (Comisión Nacional por la Desaparición de Personas). Yo recuerdo que en el acto en la ESMA, el entonces presidente Kirchner dijo (y Alfonsín se enojó muchísimo) que en 20 años de democracia no se había hecho nada en materia de derechos humanos.
—Bueno, a nivel personal, el presidente Kirchner hizo algunos llamados conciliatorios…
—Sí, a nivel personal. Pero públicamente nunca se retractó, que es lo que debería haber hecho.
—Esto produjo en su momento muchos comentarios…
—Sí, pero también reconozco que dije públicamente que la Corte Suprema de Justicia removida por Kirchner era un desastre y esto, quiero reconocerlo, fue algo que su gobierno hizo bien. En su momento dije: “El Presidente tiene razón, pero no puede salir a hablar mal del titular de la Corte Suprema por la cadena nacional, porque esto trae consecuencias. Mañana van a decir (que fue, por otra parte, lo que ocurrió) que el presidente embiste contra la Corte Suprema”. Tal cual. Al día siguiente, Kirchner (posiblemente mal informado) salió a decir que yo no podía hablar porque había sido fiscal de la dictadura. Hasta Morales Solá dedicó una columna al tema en el diario La Nación.
—¿Y usted qué le habría contestado si lo hubiera tenido enfrente?
—Mire, a Kirchner le hubiera contestado muchas cosas. Por ejemplo, que no recordaba que él, como abogado, hubiera patrocinado un hábeas corpus. Es muy fácil, hoy, monopolizar los derechos humanos.
—¿Para usted no fueron una desilusión las leyes de perdón (Obediencia Debida y Punto Final)?
—Se ha hablado mucho sobre esto y también lo he dicho varias veces: fueron leyes dictadas por absoluta necesidad. Esto lo ha reconocido el propio Alfonsín. No hay que olvidar que fueron leyes dictadas después de dos levantamientos militares. Ahora todo parece muy fácil. Aquella era una democracia muy frágil y en aquel momento no se podía presionar a cualquiera. Yo recuerdo (y lo digo porque es algo público) que el senador Adolfo Gass, que tiene un hijo desaparecido, me vino a ver a la Fiscalía y, con lágrimas en los ojos, me dijo: “Strassera, yo voy a votar favorablemente estas leyes porque no queda más remedio”. Gass había pasado por la experiencia de ser uno de los legisladores que fue a Campo de Mayo cuando el levantamiento de Aldo Rico. Había allí mucha gente insultando a los carapintadas. A Gass lo atendió un capitán y le dijo fríamente: “Senador, dígale a la policía que retire la gente porque, a la primera piedra, abrimos fuego”.
Nos quedamos reflexionando mientras el sol baja lentamente tras la isla Gorriti.
—Dígame, Strassera, qué hubiera pasado, por ejemplo, si en vez de decir “la casa está en orden”, Alfonsín hubiera reconocido “el presidente está solo”. Recordemos que, en toda la República, las plazas se llenaron de gente defendiendo la democracia… Un fenómeno que nunca se repitió.
—Quizá se podría haber dicho de otra manera, pero yo no soy quien para enmendarle la plana al ex presidente Alfonsín. Era tan grave decir que el presidente se veía forzado a dictar este tipo de leyes como no dictarlas.
—¿Y la actual derogación de esas leyes?
—Me parece correcta. Y estoy de acuerdo en que lo haya hecho la Corte Suprema de Justicia y no el Congreso. El Congreso no tiene competencia para anular leyes que dictara anteriormente. Las leyes se derogan. No se anulan. O se modifican o se reemplazan por otras. Esa es la verdadera competencia del Congreso. En fin, eso fue un acto de política barata. La Corte, en cambio, puede decir que las leyes son anticonstitucionales, tal como lo ha hecho.
—¿Usted ve a esta Corte como un tribunal independiente?
—Creo que sí. No estoy de acuerdo con algunos fallos, pero creo que tiene un grado de independencia mucho mayor que la anterior. La anterior fue una vergüenza. Estaba absolutamente sometida al Poder Ejecutivo. Ahora, hay cosas que a mí no me satisfacen, como el fallo en el que señala que los delitos de lesa humanidad sólo pueden cometerse desde el Estado. Y esto no es así. La Argentina firmó el protocolo de Roma, que dice claramente con respecto a esto que “son crímenes de lesa humanidad aquellos cometidos por el Estado o una organización”.
—¿A usted le parece que esto se aplica, por ejemplo, a las FARC colombianas?
Strassera se detiene, pensativo.
—Yo creo que sí. Las FARC son un grupo terrorista y además están cometiendo delitos de lesa humanidad, como secuestros, privación de libertades civiles, muerte de civiles… Además, ¡son narcotraficantes!
—Se dan, en el siglo XXI, horribles paradojas. Por ejemplo, recordemos que durante la dictadura argentina un presidente norteamericano, como James Carter, fue un acérrimo defensor de los derechos humanos y, en cambio, bajo la presidencia de Bush nos encontramos no sólo con el oprobio de Guantánamo, sino también con esas cárceles secretas en Afganistán, Polonia y quién sabe dónde más, a las que se llega en aviones ocupados por personas de las que no sabemos nada. En una palabra: desaparecidos. Esto, doctor, infringe cualquier clase de legislación.
—Y es muy grave. Jamás podría haberse imaginado que Estados Unidos mantuviera durante años a toda esa gente detenida sin proceso y sin que prospere un hábeas corpus. Reitero que esto es muy grave, pero esas críticas entran dentro del tipo de justificaciones que hace el presidente Chávez. Cuando mencionamos a alguien como terrorista, Chávez contesta: “¡El terrorista es Bush!”. Y lo que hay que subrayar es que, así hablemos de las FARC como de Montoneros o de esta política norteamericana, es absurdo argumentar algo así como: “Esto es malo pero fulano es peor”. Es una justificación completamente falsa. Nadie sabe dónde están exactamente los rehenes en la selva y nadie sabe tampoco quiénes son los ocupantes de los aviones yanquis que usted mencionaba recién. Es gente prácticamente desaparecida. Espero que un cambio de gobierno en Estados Unidos signifique también un cambio de politica exterior.
—Volviendo a nuestro país, Strassera, ¿qué ocurre con nuestra Justicia? ¿Por qué es tan notablemente lenta?
—Mire, la Justicia es rápida cuando quiere. Creo que el que prostituyó la Justicia es Carlos Saúl Menem. Y lo he dicho en varias oportunidades. Va a costar reconstruirla y el gobierno de Kirchner ha demorado el nombramiento de nuevos jueces aun cuando la presidenta Cristina ha enviado una serie de pliegos. Sin embargo, todavía quedan muchos cargos sin cubrir. No sé qué estarán esperando… ¿Poder colar a algún amigo, quizás? Es cierto, la Justicia es muy lenta pero fíjese usted que, para vergüenza nuestra, la Justicia de la Ciudad de Buenos Aires cuando quiere es muy rápida. ¡Ojo!, no voy a defender a Macri, porque no lo voté, pero la jueza Elena Liberatori apenas tardó 24 horas en dictar un fallo escandaloso que merece un juicio político. ¡Es un prevaricato grande como una casa! Y ahora otro juez, el doctor Gallardo, hace muy rápidamente lugar a un amparo en rechazo de la renovación de 2.400 contratos de la administración municipal presentado por Sutecba. Estos jueces ya nos tienen acostumbrados a estas cosas: ¡cuando quieren ser rápidos, lo son! Gallardo ya clausuró el casino flotante una vez. Lo revocaron… Bueno, o son muy de derecha, como cuando la jueza clausuró la exposición de Ferrari, o muy de izquierda, cuando me dicen que Gallardo tiene una imagen del Che Guevara en su despacho. Son temas escandalosos. Le van a hacer la vida imposible a Macri, olvidando que lo votó más del 60% de los porteños. Pero vuelvo a repetirle, yo no lo voté y, además, he sido defensor de Aníbal Ibarra. Por lo tanto no tengo nada que ver con Macri, pero ¡por favor!
—Ya que hablamos de Macri, ¿no le parece que la oposición se muestra bastante dispersa, desmigajada? ¿A qué lo atribuye?
—A ambiciones personales. Cada uno cuida su quintita. Acabo de hablarle mal de la Justicia, pero si hay algo que da realmente vergüenza es nuestro Parlamento, que se distingue por decirle “¡amén!” al Poder Ejecutivo. No veo, por ejemplo, que se discutan los decretos de necesidad y urgencia que deberían haber tratado.
— Y volviendo a usted, doctor, después de treinta años de carrera judicial…
—…Desde desempeñarme como un empleado de última categoría...
Interrumpe el ex fiscal y vuelve a surgir en nuestro recuerdo el alegato final de la histórica sentencia: “Señores, nunca más…”:
—¿Qué siente un magistrado cuando la historia le depara una circunstancia con estas características?
—Un magistrado debe saber aplicar el Derecho. Y esto no es tan fácil. No hay que ser ningún genio, pero sí hay que tener coraje y sentido común.
—Bueno, es una definición bastante humilde si se piensa en la enorme preparación jurídica que exige un juicio como el de las Juntas Militares…
—Creo que la Cámara Federal que me tocó estaba compuesta por hombres con una sólida preparación científica.
—¿Y cómo repercutió en las familias de ustedes?
—No puedo hablar por los demás, pero algunos, como D’Alessio, tuvieron problemas. Un atentado en su casa, por ejemplo. Por mi parte, no sufrí atentados, traté de apartar a mi familia de mis actividades. Eso sí, mis chicos iban al colegio en un auto con policía por razones obvias.
—Volviendo a las imágenes que se conservan del juicio y de los alegatos de las defensas, quizás el más violento fue el del almirante Massera.
—Sí. Diría que fue hasta amenazante. Sin embargo no creo que nadie se haya dejado intimidar por los dichos de Massera.
—¿Usted cree que aquellos que tienen prisión domiciliaria deberían estar en una cárcel común?
—No podemos pretender que las cosas sean siempre como uno desea. El asunto es que estos hombres están presos. No importa dónde. Tampoco es aceptable la idea del prisionero tipo Conde de Montecristo con una cadena al cuello. Lo que ocurre es que el tema de la prisión domiciliaria se está aplicando mal, porque es facultativa. Se supone que se aplica en los casos de personas que están enfermas y no tiene por qué ser automática al cumplir 70 años. Tampoco creo que, por un tema de seguridad, estos presos deban ir a cárceles comunes en las que pueden ser agredidos. Tienen que estar en un lugar separado de los presos comunes y el Estado debe velar por la gente detenida cualquiera sea el motivo de su prisión.
Y mientras las embarcaciones vuelven lentamente de su jornada de pesca, se hace un silencio en la playa del atardecer.
—¿Cómo se siente alguien que ha sido parte de la historia?
—Yo me siento muy bien. Ahora, cuando me dicen que soy parte de la historia, les digo: “¡Cuidado!”. También Nerón es parte de la historia. Pero, seriamente, estoy bien. Me he jubilado, ejerzo la profesión. En un primer momento extrañé la función. Ahora ya no.
—¿Nunca habló personalmente con los ex comandantes durante el juicio?
—No. Los jueces de la Cámara sí tuvieron entrevistas personales, pero cuando terminé mi alegato recuerdo que Videla seguía leyendo un libro religioso, como lo había hecho durante todo el juicio, y que Viola, en cambio, se dirigió al público que aplaudía la sentencia y les gritó: “¡Hijos de puta!”.
www.diarioperfil.com.ar/edimp/0231/articulo.php?art=5547&ed=0231
“Kirchner quiso monopolizar el tema derechos humanos”
En este 2008 se cumplen 23 años del juicio a las Juntas Militares. El fiscal de ese proceso histórico analiza lo que ocurrió entonces, lo que pasó luego con las leyes del perdón y lo que sucede ahora con la política K en la materia, FARC incluidas.
Por Magdalena Ruiz Guiñazu
Este 2008 trae a la memoria de los argentinos un impresionante aniversario. Se cumplen exactamente 23 años de aquella famosa frase con la que el entonces fiscal Julio Strassera diera término a la lectura de la sentencia con que culminó el juicio a las Juntas Militares que gobernaron a nuestro país durante la dictadura.
—Señores, nunca más…
A pesar del reiterado pedido del entonces camarista Arslanian: “Silencio en la sala…”, los vetustos muros del edificio de Tribunales se estremecieron ante el clamor de un público profundamente conmovido.
Veintitrés años después, entonces, en el fragor de este verano 2008, nos sentamos frente al mar con el doctor Strassera simplemente para recordar un acontecimiento que fue particularmente significativo no sólo en la historia argentina sino también en el Derecho Internacional.
—¿Qué recuerda, doctor, del día en el que fueron a ofrecerle convertirse en el fiscal del juicio a los comandantes?
Strassera enciende uno de sus innumerables cigarrillos:
—Dudé un poco. Yo era entonces juez de Sentencia y pedí una semana para pensarlo. Me contestaron, en cambio: “Tenés 24 horas”. Entonces acepté. Hacía dos años que era juez de Sentencia y no sabía (nadie tampoco sabía) el nivel de tarea que íbamos a tener por delante.
—Pero, ¿cómo surgió la idea del juicio a los comandantes? Si mal no recuerdo fue casi simultáneo con el advenimiento de la democracia…
—En efecto. Lo que ocurrió es que ya se había reformado el Código de Justicia Militar, se había dictado el Decreto 158 que ordenaba enjuiciar ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que, bueno es recordarlo, no hizo absolutamente nada. El Consejo tenía, incluso, la opción de dictar sentencia en un plazo determinado. Al no hacerlo, la Cámara Federal podía abocarse al tema, que fue lo que finalmente hizo.
—Usted recordaba recién aquellas 24 horas que le otorgaron para decidirse. ¿Cómo formó su equipo?
—Fue algo simultáneo al momento en el que acepté enfrentar este juicio. Me hice presente en la Fiscalía de la Cámara Federal, que contaba con su personal habitual: con su secretario, nada más. Frente al hecho de que no había más remedio que ir a juicio, comencé a buscar gente. Traje a algunos de otras dependencias y el único que aceptó venir a colaborar conmigo a nivel de la Fiscalía, fue Luis Moreno Ocampo (a quien yo no conocía pero del que me habían hablado muy bien) que, como le decía, aceptó. Ocurrió algo semejante con lo que sucedió en el Equipo de Antropología Forense. El doctor Clyde Snow (un hombre de fama internacional que, incluso, había reconstruido los restos de Tutankamón) no tuvo aceptación entre los antropólogos formados y, por eso, eligió a gente entonces muy joven, algunos a punto de recibirse.
—Recuerdo, doctor Strassera, que el año pasado, en Roma, el fiscal Caporale (a cargo del juicio por los desaparecidos argentinos de origen italiano) nos comentaba que no se subraya suficientemente el hecho de que el caso argentino (creo que junto al del juicio a los coroneles griegos) es prácticamente único en el mundo. Nuremberg, por ejemplo, tuvo jueces pertenecientes a las fuerzas aliadas y sólo fiscales alemanes.
—Por supuesto. Yo lo he dicho muchas veces. Es un caso único que, inclusive, se diferencia del juicio en Grecia. ¿Por qué? Pues simplemente por el hecho de que los coroneles griegos fueron juzgados por un tribunal militar y condenados por traición a la patria y no por violaciones a los derechos humanos. El juicio a las Juntas es único en la historia por varias razones. En primer término, porque intervenía un tribunal civil que fue la Cámara Federal, que llevaba años en el país y no fue creada especialmente para este juicio, y luego porque se aplicó el Código Penal que puede serle también aplicado a cualquier ciudadano como usted o como yo.
—Llama entonces doblemente la atención (y se lo mencionamos al entonces presidente Kirchner en su momento) que un hecho jurídico tan importante a nivel internacional nunca se menciona desde el gobierno kirchnerista, tan interesado en los derechos humanos…
Strassera aspira lentamente un nuevo cigarrillo:
—Bueno, el gobierno del doctor Kirchner ha querido monopolizar el tema de los derechos humanos y yo desearía recordarle que, si fuera por el Partido Justicialista al que pertenece, no hubiera habido juicio. Italo Luder, por ejemplo, decía que la Ley de Autoaministía era válida. En fin… pretextos siempre pueden encontrarse. Era una forma de cubrirse ante ulteriores eventualidades. Tampoco ningún legislador justicialista aceptó integrar la Conadep (Comisión Nacional por la Desaparición de Personas). Yo recuerdo que en el acto en la ESMA, el entonces presidente Kirchner dijo (y Alfonsín se enojó muchísimo) que en 20 años de democracia no se había hecho nada en materia de derechos humanos.
—Bueno, a nivel personal, el presidente Kirchner hizo algunos llamados conciliatorios…
—Sí, a nivel personal. Pero públicamente nunca se retractó, que es lo que debería haber hecho.
—Esto produjo en su momento muchos comentarios…
—Sí, pero también reconozco que dije públicamente que la Corte Suprema de Justicia removida por Kirchner era un desastre y esto, quiero reconocerlo, fue algo que su gobierno hizo bien. En su momento dije: “El Presidente tiene razón, pero no puede salir a hablar mal del titular de la Corte Suprema por la cadena nacional, porque esto trae consecuencias. Mañana van a decir (que fue, por otra parte, lo que ocurrió) que el presidente embiste contra la Corte Suprema”. Tal cual. Al día siguiente, Kirchner (posiblemente mal informado) salió a decir que yo no podía hablar porque había sido fiscal de la dictadura. Hasta Morales Solá dedicó una columna al tema en el diario La Nación.
—¿Y usted qué le habría contestado si lo hubiera tenido enfrente?
—Mire, a Kirchner le hubiera contestado muchas cosas. Por ejemplo, que no recordaba que él, como abogado, hubiera patrocinado un hábeas corpus. Es muy fácil, hoy, monopolizar los derechos humanos.
—¿Para usted no fueron una desilusión las leyes de perdón (Obediencia Debida y Punto Final)?
—Se ha hablado mucho sobre esto y también lo he dicho varias veces: fueron leyes dictadas por absoluta necesidad. Esto lo ha reconocido el propio Alfonsín. No hay que olvidar que fueron leyes dictadas después de dos levantamientos militares. Ahora todo parece muy fácil. Aquella era una democracia muy frágil y en aquel momento no se podía presionar a cualquiera. Yo recuerdo (y lo digo porque es algo público) que el senador Adolfo Gass, que tiene un hijo desaparecido, me vino a ver a la Fiscalía y, con lágrimas en los ojos, me dijo: “Strassera, yo voy a votar favorablemente estas leyes porque no queda más remedio”. Gass había pasado por la experiencia de ser uno de los legisladores que fue a Campo de Mayo cuando el levantamiento de Aldo Rico. Había allí mucha gente insultando a los carapintadas. A Gass lo atendió un capitán y le dijo fríamente: “Senador, dígale a la policía que retire la gente porque, a la primera piedra, abrimos fuego”.
Nos quedamos reflexionando mientras el sol baja lentamente tras la isla Gorriti.
—Dígame, Strassera, qué hubiera pasado, por ejemplo, si en vez de decir “la casa está en orden”, Alfonsín hubiera reconocido “el presidente está solo”. Recordemos que, en toda la República, las plazas se llenaron de gente defendiendo la democracia… Un fenómeno que nunca se repitió.
—Quizá se podría haber dicho de otra manera, pero yo no soy quien para enmendarle la plana al ex presidente Alfonsín. Era tan grave decir que el presidente se veía forzado a dictar este tipo de leyes como no dictarlas.
—¿Y la actual derogación de esas leyes?
—Me parece correcta. Y estoy de acuerdo en que lo haya hecho la Corte Suprema de Justicia y no el Congreso. El Congreso no tiene competencia para anular leyes que dictara anteriormente. Las leyes se derogan. No se anulan. O se modifican o se reemplazan por otras. Esa es la verdadera competencia del Congreso. En fin, eso fue un acto de política barata. La Corte, en cambio, puede decir que las leyes son anticonstitucionales, tal como lo ha hecho.
—¿Usted ve a esta Corte como un tribunal independiente?
—Creo que sí. No estoy de acuerdo con algunos fallos, pero creo que tiene un grado de independencia mucho mayor que la anterior. La anterior fue una vergüenza. Estaba absolutamente sometida al Poder Ejecutivo. Ahora, hay cosas que a mí no me satisfacen, como el fallo en el que señala que los delitos de lesa humanidad sólo pueden cometerse desde el Estado. Y esto no es así. La Argentina firmó el protocolo de Roma, que dice claramente con respecto a esto que “son crímenes de lesa humanidad aquellos cometidos por el Estado o una organización”.
—¿A usted le parece que esto se aplica, por ejemplo, a las FARC colombianas?
Strassera se detiene, pensativo.
—Yo creo que sí. Las FARC son un grupo terrorista y además están cometiendo delitos de lesa humanidad, como secuestros, privación de libertades civiles, muerte de civiles… Además, ¡son narcotraficantes!
—Se dan, en el siglo XXI, horribles paradojas. Por ejemplo, recordemos que durante la dictadura argentina un presidente norteamericano, como James Carter, fue un acérrimo defensor de los derechos humanos y, en cambio, bajo la presidencia de Bush nos encontramos no sólo con el oprobio de Guantánamo, sino también con esas cárceles secretas en Afganistán, Polonia y quién sabe dónde más, a las que se llega en aviones ocupados por personas de las que no sabemos nada. En una palabra: desaparecidos. Esto, doctor, infringe cualquier clase de legislación.
—Y es muy grave. Jamás podría haberse imaginado que Estados Unidos mantuviera durante años a toda esa gente detenida sin proceso y sin que prospere un hábeas corpus. Reitero que esto es muy grave, pero esas críticas entran dentro del tipo de justificaciones que hace el presidente Chávez. Cuando mencionamos a alguien como terrorista, Chávez contesta: “¡El terrorista es Bush!”. Y lo que hay que subrayar es que, así hablemos de las FARC como de Montoneros o de esta política norteamericana, es absurdo argumentar algo así como: “Esto es malo pero fulano es peor”. Es una justificación completamente falsa. Nadie sabe dónde están exactamente los rehenes en la selva y nadie sabe tampoco quiénes son los ocupantes de los aviones yanquis que usted mencionaba recién. Es gente prácticamente desaparecida. Espero que un cambio de gobierno en Estados Unidos signifique también un cambio de politica exterior.
—Volviendo a nuestro país, Strassera, ¿qué ocurre con nuestra Justicia? ¿Por qué es tan notablemente lenta?
—Mire, la Justicia es rápida cuando quiere. Creo que el que prostituyó la Justicia es Carlos Saúl Menem. Y lo he dicho en varias oportunidades. Va a costar reconstruirla y el gobierno de Kirchner ha demorado el nombramiento de nuevos jueces aun cuando la presidenta Cristina ha enviado una serie de pliegos. Sin embargo, todavía quedan muchos cargos sin cubrir. No sé qué estarán esperando… ¿Poder colar a algún amigo, quizás? Es cierto, la Justicia es muy lenta pero fíjese usted que, para vergüenza nuestra, la Justicia de la Ciudad de Buenos Aires cuando quiere es muy rápida. ¡Ojo!, no voy a defender a Macri, porque no lo voté, pero la jueza Elena Liberatori apenas tardó 24 horas en dictar un fallo escandaloso que merece un juicio político. ¡Es un prevaricato grande como una casa! Y ahora otro juez, el doctor Gallardo, hace muy rápidamente lugar a un amparo en rechazo de la renovación de 2.400 contratos de la administración municipal presentado por Sutecba. Estos jueces ya nos tienen acostumbrados a estas cosas: ¡cuando quieren ser rápidos, lo son! Gallardo ya clausuró el casino flotante una vez. Lo revocaron… Bueno, o son muy de derecha, como cuando la jueza clausuró la exposición de Ferrari, o muy de izquierda, cuando me dicen que Gallardo tiene una imagen del Che Guevara en su despacho. Son temas escandalosos. Le van a hacer la vida imposible a Macri, olvidando que lo votó más del 60% de los porteños. Pero vuelvo a repetirle, yo no lo voté y, además, he sido defensor de Aníbal Ibarra. Por lo tanto no tengo nada que ver con Macri, pero ¡por favor!
—Ya que hablamos de Macri, ¿no le parece que la oposición se muestra bastante dispersa, desmigajada? ¿A qué lo atribuye?
—A ambiciones personales. Cada uno cuida su quintita. Acabo de hablarle mal de la Justicia, pero si hay algo que da realmente vergüenza es nuestro Parlamento, que se distingue por decirle “¡amén!” al Poder Ejecutivo. No veo, por ejemplo, que se discutan los decretos de necesidad y urgencia que deberían haber tratado.
— Y volviendo a usted, doctor, después de treinta años de carrera judicial…
—…Desde desempeñarme como un empleado de última categoría...
Interrumpe el ex fiscal y vuelve a surgir en nuestro recuerdo el alegato final de la histórica sentencia: “Señores, nunca más…”:
—¿Qué siente un magistrado cuando la historia le depara una circunstancia con estas características?
—Un magistrado debe saber aplicar el Derecho. Y esto no es tan fácil. No hay que ser ningún genio, pero sí hay que tener coraje y sentido común.
—Bueno, es una definición bastante humilde si se piensa en la enorme preparación jurídica que exige un juicio como el de las Juntas Militares…
—Creo que la Cámara Federal que me tocó estaba compuesta por hombres con una sólida preparación científica.
—¿Y cómo repercutió en las familias de ustedes?
—No puedo hablar por los demás, pero algunos, como D’Alessio, tuvieron problemas. Un atentado en su casa, por ejemplo. Por mi parte, no sufrí atentados, traté de apartar a mi familia de mis actividades. Eso sí, mis chicos iban al colegio en un auto con policía por razones obvias.
—Volviendo a las imágenes que se conservan del juicio y de los alegatos de las defensas, quizás el más violento fue el del almirante Massera.
—Sí. Diría que fue hasta amenazante. Sin embargo no creo que nadie se haya dejado intimidar por los dichos de Massera.
—¿Usted cree que aquellos que tienen prisión domiciliaria deberían estar en una cárcel común?
—No podemos pretender que las cosas sean siempre como uno desea. El asunto es que estos hombres están presos. No importa dónde. Tampoco es aceptable la idea del prisionero tipo Conde de Montecristo con una cadena al cuello. Lo que ocurre es que el tema de la prisión domiciliaria se está aplicando mal, porque es facultativa. Se supone que se aplica en los casos de personas que están enfermas y no tiene por qué ser automática al cumplir 70 años. Tampoco creo que, por un tema de seguridad, estos presos deban ir a cárceles comunes en las que pueden ser agredidos. Tienen que estar en un lugar separado de los presos comunes y el Estado debe velar por la gente detenida cualquiera sea el motivo de su prisión.
Y mientras las embarcaciones vuelven lentamente de su jornada de pesca, se hace un silencio en la playa del atardecer.
—¿Cómo se siente alguien que ha sido parte de la historia?
—Yo me siento muy bien. Ahora, cuando me dicen que soy parte de la historia, les digo: “¡Cuidado!”. También Nerón es parte de la historia. Pero, seriamente, estoy bien. Me he jubilado, ejerzo la profesión. En un primer momento extrañé la función. Ahora ya no.
—¿Nunca habló personalmente con los ex comandantes durante el juicio?
—No. Los jueces de la Cámara sí tuvieron entrevistas personales, pero cuando terminé mi alegato recuerdo que Videla seguía leyendo un libro religioso, como lo había hecho durante todo el juicio, y que Viola, en cambio, se dirigió al público que aplaudía la sentencia y les gritó: “¡Hijos de puta!”.
www.diarioperfil.com.ar/edimp/0231/articulo.php?art=5547&ed=0231